lunes, 26 de septiembre de 2016

Preparándonos para enfrentar una crisis

En la búsqueda de las soluciones a una crisis conyugal conviene  identificar un punto de partida y una meta hacia la que aspiramos llegar.

No podemos hablar de estabilidad en la relación, si no estamos conscientes de las bases sobre la cual se va al edificar la misma. Todo lo que se logre progresar sin sustento, corre riesgo de derrumbarse.

El esfuerzo para alcanzar esa estabilidad necesita entenderse como un proceso que requiere identificar objetivos, definir metas y establecer tareas o actividades cuyo compromiso debe ser asumido responsablemente por cada cónyuge, pues hay un rol implícito para cada uno.

En nuestra experiencia como esposos, hemos logrado visualizar ese proceso en cuya meta, como signo de la superación de la crisis, estaba localizado el perdón. Nos tomó tiempo tomar conciencia del camino que debíamos recorrer, no sabíamos cuánto tiempo más debíamos transitarlo, pero al final, tres años después, estábamos acariciando la meta.

Analizando un poco nuestro proceso, nos decidimos compartirlo confiando que cada etapa del mismo les ayude a diseñar el propio, no sin antes tener conciencia de dónde se encuentran en el primer momento, el camino que deben recorrer y la meta a la que aspiran llegar.

Identificando el caos


Es el inicio de los momentos difíciles. Es el inicio de una avalancha de discusiones que parecieran no tener fin. Las "dudas" y el pensamiento fluyen en todas las direcciones. Nada parece tener sentido, nada apunta a una buena salida, todo es confusión. Hay llanto, ira, disgustos, silencio prolongado, estados emocionales que llegan a la depresión, falta de apetito, se alteran los nervios.

Vemos el conjunto de nuestros conflictos, buscamos causas, razones, justificaciones, culpamos y nos inculpamos, concluimos precipitadamente, emitimos juicios prematuros, nos anticipamos a los acontecimientos, reafirmamos nuestros temores, el piso se abre, se derrumba el cielo, en fin cerramos fila en la defensa de nuestra trinchera. Nada tiene sentido. ¿Por qué a mí, Señor?

Un remolino llega a nuestras vidas, y lo que parecía bien cimentado, literalmente vuela en trozos. Nos damos cuenta que nos habíamos confiado demasiado, que nos distanciamos poco a poco, que lo que en un inicio parecía colorido, repentinamente se volvió gris.

Probablemente los adjetivos con que podamos describir este estado, pueden quedarse demasiado cortos respecto a la realidad que cualquiera de nosotros pudiera haber vivido o esté viviendo en este momento. Sin embargo no se trata de cómo describir un sentimiento, sino de cómo prepararnos para el manejo de este primer momento, tomar control de todo, aislando los factores que profundizan la misma.

Controlando los factores


Hay diversos factores que se conjugan en este escenario y que conviene que tengamos control de lo que ocurre con ellos, y de cuanto compartimos para que el conflicto mismo no se salga de control:
  1. La familia: Involucrar a la familia en el conflicto no siempre es buen signo para la solución. Padres, hermanos, familiares cercanos tomarán parte del mismo y crearán situaciones o emitirán opiniones que no favorecerán la relación conyugal aún cuando los cónyuges salgan de la crisis.
  2. Los amigos: Aún los mejores amigos no han demostrado ser los mejores consejeros, sobre todo aquellos que te invitan a ahogar en el alcohol todas las penas.
  3. Las causas: Todo evento, relación exterior, contacto, fuente de información, u otro que sea considerado causa agravante en la crisis, debe ser aislado permanente de una relación de conflicto.
  4. Autocontrol: Desistir de buscar causas, interrogar, revisar teléfonos, mensajes, correos o cualquier comunicación, aporta grandemente en la solución conflictiva. Advertimos que los estados agresivos que involucran violencia física o psicológica son agravantes en la crisis ya que además conllevan sanciones penales que salen del control de la consejería conyugal, por lo tanto es urgente el autocontrol de este estado emocional.
  5. Dirección espiritual, consejería conyugal: Consideren siempre el apoyo a través de un director espiritual, sea un sacerdote, religioso, un psicólogo con experiencia en el abordaje y manejo del conflicto conyugal o un matrimonio en el acompañamiento para la solución de un conflicto.
No se trata pues de alcanzar control de todos los factores de manera inmediata, sino de evaluar qué tanto esfuerzo conjunto se puede hacer en alcanzar estados de progreso. Tampoco nos debe llevar a estancarnos en tiempo y hacer del conflicto una batalla eterna. Debemos avanzar en la confianza mutua, la que presupone en ambos, la seguridad de no volver a fallar, y de dar muestras que aseguren nuestra transparencia en la relación.

Nuevamente San Pablo en la carta a los Efesios nos motiva a la sinceridad: "Por eso, no más mentiras; que todos digan la verdad a su prójimo".., que todos digan la verdad a su cónyuge, podemos concluir. Por lo tanto, acerquémonos con plena confianza al Dios de bondad, a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno.

Hagamos la prueba, dice el salmista, y verás que bueno es el Señor, nosotros probamos y lo comprobamos, ustedes también pueden, ánimo.


viernes, 23 de septiembre de 2016

Buscando un culpable

El surgimiento de una crisis conyugal, independientemente de quien la origine, y de la naturaleza de la misma, viene acompañada de una serie de interrogantes que serán el escenario desde donde se desarrollarán las más cruentas discusiones que pondrán a prueba el terreno en que está fundada nuestra relación.
La búsqueda del culpable es el telón de fondo en todo conflicto, y hacia ese objetivo se centrarán todas las discusiones cuando no se está preparado para enfrentar un problema.

Con frecuencia las discusiones alrededor de un tema en cuestión se desarrollan en ambientes de gran tensión. La forma en que se interroga así como la interpretación de las respuestas mismas están condicionadas a estados emocionales que no dan lugar a un sano juicio en la interpretación de las mismas. Aquí intervienen los supuestos, los prejuicios, las razones y otras que se defienden como verdaderas en una discusión de este tipo.

La realidad es que las preguntas en sí mismas, muchas de ellas, no aportan al sentido reconciliador. En ocasiones carecen de lógica desde su planteamiento, por otro lado las respuestas, lejos de allanar un camino favorable, profundizan el conflicto y llevan a distanciar aun más a los cónyuges.

La frustración que provoca la falta de una respuesta "aceptable" o el silencio "acusador", desencadena estados críticos para la relación, que van desde la ira hasta la decepción, a comportamientos inesperados de cualquiera de los cónyuges, a asumir que si no hay respuesta es porque hay algo que se oculta, pues "el que calla otorga", dice el dicho.

No se trata de la respuesta que obtenemos de un mecánico cuando falla el auto, cuando nos dice: "esta pieza está en mal estado", la cambiamos y asunto resuelto. Bajo esa lógica no se resuelven los problemas conyugales, las soluciones son más complejas. Puede incluso una respuesta dar lugar a más dudas, puede una razón sincera desvanecerse por un simple titubeo. Las personas, aun reconociéndonos culpables reaccionan de diversas maneras ante estos cuestionamientos.

Esa búsqueda incesante del culpable en esa maraña de preguntas es la que no nos deja avanzar por el camino de las soluciones. Hay actitudes que hacen retroceder cualquier esfuerzo por mínimo que parezca. Se hace necesario orientar los mejores esfuerzos en acciones más realistas y posibles.

Es sano renunciar a esa búsqueda, dejar de buscar al culpable y centrar todo el esfuerzo en las soluciones. Un culpable solo servirá para descargar todo el peso de la responsabilidad del conflicto, para ser el blanco de recriminaciones que a la postre no resolverán nada ni devolverán la estabilidad buscada, ni aún contando con el reconocimiento de culpa de quien ha fallado.

Se necesita renunciar incluso al placer de ver al otro apocado a causa de la culpa. Sí, hay quienes disfrutan de descubrir culpa en el otro, porque en ello encuentran una forma de venganza, de torturar, de señalar, en ocasiones con saña; y esa actitud no es para nada sana en la relación. Envenena el alma y hace mas tortuoso e imposible el camino hacia una reconciliación.

Respecto al enojo, San Pablo escribe a la comunidad de Éfeso en estos términos: "Enójense, pero sin pecar; que el enojo no les dure hasta la puesta del sol, pues de otra manera se daría lugar al demonio" Ef. 4, 26-27. Esta preocupación de Pablo sobre evitar la prolongación del conflicto es la que nos invita a preocuparnos por la búsqueda de soluciones prontas. No nos pide buscar al culpable para dejarlo a dormir en el piso, nos invita a actuar ahora, evitando que el conflicto estalle como una olla de presión luego de acumular tanto.

Conviene pues tomar control de las emociones, propiciar un momento y ambiente adecuados para sentarse a conversar sobre cada tema –uno a la vez–, dando el tiempo necesario para poder atenderlos, aislándose de las personas, llamadas o mensajes que les interrumpan. Expresándose con sinceridad y sin ocultar nada ni dejar "pruebas" para un último momento o pretendiendo "agarrar" el cónyuge en otra mentira, reconociéndonos capaces de tomar decisiones maduras, o de buscar la ayuda adecuada para que nos guíen en este proceso.

Y antes de todo, orar, poniéndonos en las manos de Dios, para que nos dé sencillez de palabras, oídos receptivos y corazón misericordioso para comprender, escuchar y perdonar las ofensas que hacemos y las que hemos recibido. Y a la Virgen María roguemos su atención para que nos vea con ojos de hijos y de esa manera interceda ante quien todo lo puede, porque para Dios no hay nada imposible.


miércoles, 21 de septiembre de 2016

El conflicto conyugal

Todos en algún momento de nuestras vidas, hemos pasado por esos tormentosos días donde las diferencias con nuestro cónyuge se acentúan. Un conflicto entre los cónyuges puede originarse en las cosas más "sencillas e insignificantes", en la relación cotidiana, en un gesto, una simple expresión y pueden llegar a escalar tan alto que se convierten en situaciones irremediables.

La presión a la que nos sometemos a causa de los compromisos laborales, familiares, educativos, sociales, de salud, entre otras, generan estrés, y es una de las causas que influye negativamente en nuestro comportamiento y en la capacidad de respuesta a diferentes situaciones que demandan nuestra atención, particularmente las de carácter conyugal.

Esta limitada capacidad de atender nuestros asuntos de esposos, de dejar para mañana las cosas de interés común, es hoy por hoy una gran aliada en la generación de conflictos conyugales, sin dejar por fuera aquellas que se surgen de la manera en que nos comportamos.

La felicidad es un estado por el que todos luchamos, y la permanencia en ella es un sueño que anhelamos. En la vida conyugal, la felicidad es una necesidad, que sufre permanentemente de altibajos. No todas las relaciones son perfectas, carentes de enojos, disgustos o conflictos. En muchas ocasiones, las diferencias se originan desde el mismo día de la boda –sino antes–, en otras el conflicto demora un poco más en aparecer, pero al final, como la gripe, siempre toca a tu puerta.

"Sufre el que quiere" reza el dicho, una tonta excusa para abandonar en cualquier momento, cualquier esfuerzo por mínimo que parezca, para alcanzar por algún momento un tiempo de felicidad. Yo creo que en la vida conyugal realmente sufre quien se compromete, quien asume las consecuencias de sus actos y en ese "asumir" aprende una lección que le evitará tropezar nuevamente y será entonces una oportunidad para luchar por mantener a flote su relación.

El conflicto siempre debe dejar una lección a la que debemos inclinarnos por aprenderla. Quien no aprende de sus errores, está condenado a repetirlos.

La actitud que cada cónyuge asume respecto a sus diferencias, determinará el futuro de la relación, y en esto podemos elegir entre dos caminos: el de la ruta difícil hacia una verdadera reconciliación o el camino fácil –que no requiere compromiso– que te invita salir por el atajo más cercano, hacia la irremediable separación.

Esta primera actitud exige a ambos, conocer y asumir una serie de renuncias y sacrificios, de acuerdos y compromisos a nivel personal y conyugal. El amor, el respeto, el diálogo, la confianza y la comprensión, son factores que juegan un papel determinante para alimentar la llama que da estabilidad a la relación de esposos y se convierten en consecuencia en los ingredientes que se requieren para alcanzar la felicidad deseada, que será más o menos duradera cuando ambos aporten decididamente a alimentar o no, esos cinco factores.


Todo esfuerzo tiene su recompensa
Proverbios 14, 23 


lunes, 19 de septiembre de 2016

No todo está destruido... ¡Comencemos!

Una de las tareas más difíciles para el ser humano es, con seguridad, conocer la complejidad del ser humano mismo. Nada fácil cuando en su comportamiento intervienen diferentes factores que transforman su psiquis (intelecto, emoción y voluntad).


Un filósofo griego –de quien no se precisa autoría– escribió en un momento la célebre expresión "Conócete a ti mismo", habida cuenta de la remota costumbre de buscar en los demás al responsable de la gran cantidad de problemas que les afectan, que afecta al mundo, a la sociedad y para nuestro caso particular: a la familia.

Y es que el conflicto ha sido la piedra angular en las relaciones humanas. En la historia de la humanidad grandes civilizaciones se han enfrentado entre sí. Han caído imperios, naciones y familias, a causa de pequeñas diferencias que terminan profundizándose por la falta de comprensión o la búsqueda incesante de un culpable en el origen del conflicto.

En más de una ocasión, la culpabilidad es reconocida por el autor mismo, lo que no significa ausencia del conflicto, que no hay gravedad en el mismo o que no hayan daños que reparar, o heridas que sanar.

Las heridas causadas en el conflicto conyugal requieren de un tratamiento muy especial, son quizá más profundas que las que se pueden causar a nivel físico, sin pretender restar por ello la gravedad de estas últimas. Requieren dedicación de los esposos como de quienes acompañan en la consejería.

Han sido muchas las experiencias que nos ha tocado acompañar desde la consejería conyugal, que van desde la urgencia de que el conflicto finalice lo más pronto posible, a aquella en que ambos asumen compromisos y ninguno se compromete a cumplirlos. Es como querer curar una dolencia hoy, ir al médico mañana, y no tomar el medicamento indicado... para luego volver con la misma dolencia.

Las soluciones a los conflictos conyugales no aparecen como quien enciende una luz --esperamos no decepcionarlos, pero es la realidad--. Para restaurar, se necesita de la decisión de ambos, de querer ser sanados, del compromiso y el esfuerzo conjunto por transitar un camino que implica superar grandes barreras como la desconfianza, la inseguridad, la impaciencia.

La distancia que deben recorrer por ese camino no la van a encontrar en ningún manual ni libro de consejería. No se mide en kilómetros. Se mide en tiempo, y únicamente podrán saberlo los cónyuges cuando de común acuerdo se decidan a caminarlo, sin forzar el uno al otro, ni causar presiones que aceleren una ruptura a la que no quieren llegar.

Mi esposa Karla y Yo, recién cumplimos 26 años de casados. El Señor nos ha permitido transitar por muchas realidades, todas ellas han significado sonreír, llorar, tropezar, sostener, levantar, motivar, renunciar, animar, comprender, construir, aconsejar, amar y sobre todo orar con y por el cónyuge. Pero este amor no viene nada más del esfuerzo que cada uno de nosotros pone en la relación, sino de una relación en la que Dios interviene, nos conduce y nos ilumina y de una madre en el Cielo que nos sostiene como verdaderos hijos: la Virgen María, a quien le ha tocado actuar en los momentos más intensos de nuestras vidas.

Queremos compartir con ustedes, desde nuestra experiencia conyugal, nuestras reflexiones y motivaciones, con la seguridad que encontrarán muchas respuestas a cientos de interrogantes que surgen de esa lucha diaria del "tratar de comprender al otro". Algunas tan comunes y otras tan singulares que hacen que este espacio valga la pena para que ustedes que continúan leyendo, reflexionen.

Sean pues estas palabras, nuestra respuesta a todo aquello que Dios ha dejado plantado en nuestros corazones, el fruto de su amor y de su gracia. ¿Quieres comenzar ahora?