El surgimiento de una crisis conyugal, independientemente de quien la origine, y de la naturaleza de la misma, viene acompañada de una serie de interrogantes que serán el escenario desde donde se desarrollarán las más cruentas discusiones que pondrán a prueba el terreno en que está fundada nuestra relación.La búsqueda del culpable es el telón de fondo en todo conflicto, y hacia ese objetivo se centrarán todas las discusiones cuando no se está preparado para enfrentar un problema.
Con frecuencia las discusiones alrededor de un tema en cuestión se desarrollan en ambientes de gran tensión. La forma en que se interroga así como la interpretación de las respuestas mismas están condicionadas a estados emocionales que no dan lugar a un sano juicio en la interpretación de las mismas. Aquí intervienen los supuestos, los prejuicios, las razones y otras que se defienden como verdaderas en una discusión de este tipo.
La realidad es que las preguntas en sí mismas, muchas de ellas, no aportan al sentido reconciliador. En ocasiones carecen de lógica desde su planteamiento, por otro lado las respuestas, lejos de allanar un camino favorable, profundizan el conflicto y llevan a distanciar aun más a los cónyuges.
La frustración que provoca la falta de una respuesta "aceptable" o el silencio "acusador", desencadena estados críticos para la relación, que van desde la ira hasta la decepción, a comportamientos inesperados de cualquiera de los cónyuges, a asumir que si no hay respuesta es porque hay algo que se oculta, pues "el que calla otorga", dice el dicho.
No se trata de la respuesta que obtenemos de un mecánico cuando falla el auto, cuando nos dice: "esta pieza está en mal estado", la cambiamos y asunto resuelto. Bajo esa lógica no se resuelven los problemas conyugales, las soluciones son más complejas. Puede incluso una respuesta dar lugar a más dudas, puede una razón sincera desvanecerse por un simple titubeo. Las personas, aun reconociéndonos culpables reaccionan de diversas maneras ante estos cuestionamientos.
Esa búsqueda incesante del culpable en esa maraña de preguntas es la que no nos deja avanzar por el camino de las soluciones. Hay actitudes que hacen retroceder cualquier esfuerzo por mínimo que parezca. Se hace necesario orientar los mejores esfuerzos en acciones más realistas y posibles.
Es sano renunciar a esa búsqueda, dejar de buscar al culpable y centrar todo el esfuerzo en las soluciones. Un culpable solo servirá para descargar todo el peso de la responsabilidad del conflicto, para ser el blanco de recriminaciones que a la postre no resolverán nada ni devolverán la estabilidad buscada, ni aún contando con el reconocimiento de culpa de quien ha fallado.
Se necesita renunciar incluso al placer de ver al otro apocado a causa de la culpa. Sí, hay quienes disfrutan de descubrir culpa en el otro, porque en ello encuentran una forma de venganza, de torturar, de señalar, en ocasiones con saña; y esa actitud no es para nada sana en la relación. Envenena el alma y hace mas tortuoso e imposible el camino hacia una reconciliación.
Respecto al enojo, San Pablo escribe a la comunidad de Éfeso en estos términos: "Enójense, pero sin pecar; que el enojo no les dure hasta la puesta del sol, pues de otra manera se daría lugar al demonio" Ef. 4, 26-27. Esta preocupación de Pablo sobre evitar la prolongación del conflicto es la que nos invita a preocuparnos por la búsqueda de soluciones prontas. No nos pide buscar al culpable para dejarlo a dormir en el piso, nos invita a actuar ahora, evitando que el conflicto estalle como una olla de presión luego de acumular tanto.
Conviene pues tomar control de las emociones, propiciar un momento y ambiente adecuados para sentarse a conversar sobre cada tema –uno a la vez–, dando el tiempo necesario para poder atenderlos, aislándose de las personas, llamadas o mensajes que les interrumpan. Expresándose con sinceridad y sin ocultar nada ni dejar "pruebas" para un último momento o pretendiendo "agarrar" el cónyuge en otra mentira, reconociéndonos capaces de tomar decisiones maduras, o de buscar la ayuda adecuada para que nos guíen en este proceso.
Y antes de todo, orar, poniéndonos en las manos de Dios, para que nos dé sencillez de palabras, oídos receptivos y corazón misericordioso para comprender, escuchar y perdonar las ofensas que hacemos y las que hemos recibido. Y a la Virgen María roguemos su atención para que nos vea con ojos de hijos y de esa manera interceda ante quien todo lo puede, porque para Dios no hay nada imposible.
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