lunes, 19 de septiembre de 2016

No todo está destruido... ¡Comencemos!

Una de las tareas más difíciles para el ser humano es, con seguridad, conocer la complejidad del ser humano mismo. Nada fácil cuando en su comportamiento intervienen diferentes factores que transforman su psiquis (intelecto, emoción y voluntad).


Un filósofo griego –de quien no se precisa autoría– escribió en un momento la célebre expresión "Conócete a ti mismo", habida cuenta de la remota costumbre de buscar en los demás al responsable de la gran cantidad de problemas que les afectan, que afecta al mundo, a la sociedad y para nuestro caso particular: a la familia.

Y es que el conflicto ha sido la piedra angular en las relaciones humanas. En la historia de la humanidad grandes civilizaciones se han enfrentado entre sí. Han caído imperios, naciones y familias, a causa de pequeñas diferencias que terminan profundizándose por la falta de comprensión o la búsqueda incesante de un culpable en el origen del conflicto.

En más de una ocasión, la culpabilidad es reconocida por el autor mismo, lo que no significa ausencia del conflicto, que no hay gravedad en el mismo o que no hayan daños que reparar, o heridas que sanar.

Las heridas causadas en el conflicto conyugal requieren de un tratamiento muy especial, son quizá más profundas que las que se pueden causar a nivel físico, sin pretender restar por ello la gravedad de estas últimas. Requieren dedicación de los esposos como de quienes acompañan en la consejería.

Han sido muchas las experiencias que nos ha tocado acompañar desde la consejería conyugal, que van desde la urgencia de que el conflicto finalice lo más pronto posible, a aquella en que ambos asumen compromisos y ninguno se compromete a cumplirlos. Es como querer curar una dolencia hoy, ir al médico mañana, y no tomar el medicamento indicado... para luego volver con la misma dolencia.

Las soluciones a los conflictos conyugales no aparecen como quien enciende una luz --esperamos no decepcionarlos, pero es la realidad--. Para restaurar, se necesita de la decisión de ambos, de querer ser sanados, del compromiso y el esfuerzo conjunto por transitar un camino que implica superar grandes barreras como la desconfianza, la inseguridad, la impaciencia.

La distancia que deben recorrer por ese camino no la van a encontrar en ningún manual ni libro de consejería. No se mide en kilómetros. Se mide en tiempo, y únicamente podrán saberlo los cónyuges cuando de común acuerdo se decidan a caminarlo, sin forzar el uno al otro, ni causar presiones que aceleren una ruptura a la que no quieren llegar.

Mi esposa Karla y Yo, recién cumplimos 26 años de casados. El Señor nos ha permitido transitar por muchas realidades, todas ellas han significado sonreír, llorar, tropezar, sostener, levantar, motivar, renunciar, animar, comprender, construir, aconsejar, amar y sobre todo orar con y por el cónyuge. Pero este amor no viene nada más del esfuerzo que cada uno de nosotros pone en la relación, sino de una relación en la que Dios interviene, nos conduce y nos ilumina y de una madre en el Cielo que nos sostiene como verdaderos hijos: la Virgen María, a quien le ha tocado actuar en los momentos más intensos de nuestras vidas.

Queremos compartir con ustedes, desde nuestra experiencia conyugal, nuestras reflexiones y motivaciones, con la seguridad que encontrarán muchas respuestas a cientos de interrogantes que surgen de esa lucha diaria del "tratar de comprender al otro". Algunas tan comunes y otras tan singulares que hacen que este espacio valga la pena para que ustedes que continúan leyendo, reflexionen.

Sean pues estas palabras, nuestra respuesta a todo aquello que Dios ha dejado plantado en nuestros corazones, el fruto de su amor y de su gracia. ¿Quieres comenzar ahora?

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